martes, 28 de julio de 2009

George Washington en los Inicios de la Democracia Moderna

En ocasiones, una creación humana alcanza, ya en su forma primera, algunas notas cuya perfección no deja de sorprendernos pasados muchos años. Esa perfección sólo puede ser achacada a una suerte de genial intuición surgida de las cabezas de los hombres que hicieron realidad aquella creación. Produce una admiración mayor aun, cuando esa realización humana tiene un carácter práctico y no puramente teórico, ya que aquellos hombres supieron prever qué cosas serían precisas y convenientes para que esa creación, en cuanto materia viva, se desarrollara y siguiera, en su crecimiento, fiel a los principios queridos en su fundación. Cuando la creación atañe a la vida social y requiere la participación y concurso de otros hombres, la admiración se transforma en puro asombro por el hecho de que dicha creación haya podido ser llevada a cabo.
Una de las notas que causa admiración y asombro en el nacimiento de la primera democracia moderna -la de los Estados Unidos de América- es la intuición genial de uno de sus padres fundadores referente a la limitación de los mandatos de las más altas magistraturas del Estado. En efecto, fue George Washington, el primer Presidente de los EE.UU., el que con asombrosa clarividencia intuyó que es preciso poner límite a la duración de los cargos públicos para el correcto funcionamiento de las instituciones democráticas. Y sólo de intuición puede calificarse, porque, siendo el primer Presidente de la república norteamericana, no puede afirmarse que derivara esta norma política de algún tipo de experiencia negativa anterior de duración excesiva de una persona o personas en sus cargos.
La última cosa que admira en Washington es que creó la norma por el sencillo expediente de... aplicársela a sí mismo: renunciando a su tercer madato y creando, así, en los Estados Unidos la costumbre constitucional (no escrita) de que los presidentes estuvieran en su cargo un máximo de dos mandatos.
¡Cuántos querrían ser recordados por esa clarividencia... y por esa magnanimidad!

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