Intento explicar a mi hija el concepto de democracia plebiscitaria y bonapartismo, que encuentra en su libro de texto en un apartatado sobre Napoléon III. Y no me resulta nada fácil. Porque ella entiende que hay democracia o no hay democracia: o se dan una serie de elementos (libertad de expresión, no falseamiento de las votaciones, etc.) y entonces se puede hablar de democracia; o no se dan, y por tanto no tiene sentido aplicar el calificativo (despectivo) de "plebiscitario".
Intento hacerle ver que la democracia es gobierno del pueblo, desde luego, pero que tan importantes como el acto mismo de la votación en el que el pueblo se expresa son un conjunto de normas que hacen posible que la votación se lleve a cabo sin falsear, así como la traslación de los votos expresados por los electores en decisiones políticas (representación política). Dependiendo de cómo se definan estas normas (y de que se respeten) estaremos ante una democracia o ante formas más o menos cercanas a ella: en un continuo que iría desde su negación absoluta en las dictaduras personalistas hasta formas políticas más dudosas que aparentemente respetan los elementos externos de las democracias modernas pero falseando o limitando algunos de sus elementos definitorios. Entre estas formas dudosas que a veces afectan más a la calidad de la democracia que a su definición como tal se halla precisamente la democracia plebiscitaria. Porque un poder ejecutivo fuerte tiene elementos suficientes para tergiversar esa traslación entre votos populares y decisiones políticas: fundamentalmente mediante el dominio de la agenda política y los medios de comunicación e impidiendo el juego normal de la opinión pública con su liderazgo carismático.
Después de un rato pensando me replica: pues francamente no veo tantas diferencias entre Napoleón III y nuestros gobernantes de hoy día... Y no sabe que, así diciendo, conecta con una idea de Max Weber sobre la tendencia de las democracias representativas a otorgar un papel clave a los líderes políticos (en detrimento de otros mediadores de la voluntad popular como los partidos políticos, etc.).
Y aquí es donde introduzco mi argumento de la limitación de los mandatos. Porque una democracia en la que la opinión pública es soberana no tolera estar a merced permanentemente de los líderes políticos carismáticos o, en palabras de M. Weber, "dictadores del campo de batalla electoral". Y qué mejor remedio que limitar los mandatos de esos líderes carismáticos...
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